Una silla de ruedas inteligente, capaz de ser controlada por los pensamientos del usuario y llevarle a su destino sin ningún tropiezo. Este es el invento del joven investigador español Javier Mínguez, de la Universidad de Zaragoza.
Tras años de arduas investigaciones, este físico madrileño ha diseñado uno de los más innovadores dispositivos para que las personas con discapacidades severas (parálisis cerebral, esclerosis lateral amiotrófica o lesión de médula) puedan dirigir sus desplazamientos con sólo pensar en ellos y, así, conseguir un grado de autonomía que haga su vida más fácil.
Para utilizarla, tan sólo necesita colocarse en su cuero cabelludo un gorro con 16 electrodos que, mediante un electroencefalograma, detectan fluctuaciones de milisegundos en la actividad de su cerebro. Estas fluctuaciones se producen cuando el usuario mira hacia un punto preciso. Para que funcione, un sistema informático le va marcando diferentes puntos en la pantalla a los que dirigirse. Cuando señala al que la persona quiere ir, se activan una parte del cerebro, y así lo recogen los electrodos.
El mapa que se visualiza en la pantalla es en tres dimensiones y se genera con un láser instalado en la silla, de forma que continuamente se va explorando lo que hay en los alrededores. También lleva unos sensores en las ruedas que cuentan el número de rotaciones para no perder la posición en la que se encuentra en cada momento. La señal detectada por los electrodos se envía a un sistema de navegación autónoma, que conduce la silla al destino deseado, evitando colisionar con los obstáculos del camino. El sistema es capaz de recoger dos órdenes por minuto.
Pasar por una puerta
No es la única silla de ruedas que funciona con el pensamiento de la que existe un prototipo, pero si es la más avanzada en algunos aspectos importantes. Mínguez, destaca, fundamentalmente, dos características: por un lado su tecnología robótica a la hora de captar la información de lo que hay alrededor en tiempo real, incluso de personas en movimientos con las que no se quiere chocar. Y por otro su sofisticado sistema de navegación autónoma, que permite hasta pasar por una puerta, algo que no se había conseguido hasta ahora. "Otra contribución importante de este diseño es que el usuario no debe estar concentrado todo el tiempo en lo que quiere hacer. Lo piensa y la silla va donde quiere en un entorno de dos a ocho metros", apunta.
Para validar su dispositivo realizaron pruebas con cinco personas sanas. Primero tuvieron que determinar la señal cerebral, puesto que es diferente en cada individuo. Después el sistema identificó las señales. Y en la tercera fase, los usuarios realizaron maniobras complejas y paseos en espacios abiertos, tras un rápido cursillo que no duró más de una hora.
Ahora se encuentran en fase de perfeccionamiento del programa que permite al ordenador leer el cerebro para que el control sea aún más natural. También tratan de aumentar el número de órdenes que se realizan por minuto. A falta de estos detalles, varias empresas de sillas de ruedas ya se han mostrado interesadas en partes de desarrollo, como el sistema de navegación, y se ha creado un spin-off (una empresa) en su Universidad para transferir esta tecnología al mercado.
"Llevo ocho años trabajando en la silla y dos en el control mental. El proyecto, financiado por el Ministerio de Ciencia, acaba este año y ya está ejecutado", explica el investigador. De momento, la sofisticada silla no puede utilizarse más de dos horas, debido a que se utiliza un gel para aumentar la conductividad en la cabeza y este producto, a las dos horas, comienza a endurecerse, perdiendo sus propiedades. «Esa es la misma tecnología que se utiliza en los hospitales y hasta que no mejore, no se puede hacer nada. Hay equipos que ya están investigando otros sistemas», señala el físico desde Zaragoza.
Fuente de información: El mundo
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